Los fabricantes de máquinas esperan que la tentación de los grandes premios que
ofrecen las tragamonedas pueden atraer clientes; pero la capacidad de estos aparatos para
enganchar tan profundamente a la corteza
cerebral de un jugador se deriva de uno de los mecanismos de retroalimentación
más poderosas para el ser humano. Los psicólogos conductuales lo llaman “programa
de recompensa variable”, para poner un ejemplo de como funciona basta con observar a los niños cuyos padres constantemente
les dan muestras de afecto así que éstos tienden a hacer poco por obtener esa atención
ya que dan por hecho que siempre va a
estar allí; en cambio los que saben que nunca serán recompensados por sus
padres dejan de buscar cariño después de un tiempo, pero los que son
recompensados de forma intermitente – de la misma forma
que una máquina tragamonedas te premia-
muy comúnmente persiguen los resultados positivos con una tenacidad sorprendente.
Nuestro cerebro funciona de esa manera, el problema es que
la naturaleza no nos proporciona la habilidad para evitar que el mismo
mecanismo se establezca entre el jugador y la máquina. Desde este punto de
vista las tragamonedas están brillantemente
diseñadas porque las personas que crean estas máquinas están utilizando todas
las técnicas de comportamiento para aumentar la probabilidad de que la conducta
de juego vuelva a ocurrir. Adicionalmente a la expectativa de un premio que no
sabemos cuando va a llegar las tragamonedas nos dan refuerzos de segundo orden en forma de
luces y sonidos que nos mantienen constantemente estimulados. También podemos
ver como las máquinas son fabricadas para que los símbolos ganadores caigan cerca
de la línea de pago y así convencernos de que el gran premio está cerca de llegar. No
hay otra forma de juego que manipule la
mente humana de manera tan evidente y poderosa como lo hacen estos aparatos, es por eso que
es la forma de juegos de azar más adictiva y potencialmente peligrosa.
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